viernes, 16 de octubre de 2009

Norte lo podes perder

Durante mis primeros días libres post-verano pegué una changuita que consistió en desarmar los “chiringuitos” de mis amigos argentinos. Eran tres en total y se trataba de estructuras desmontables que estaban estacadas en la arena. Fue un trabajo de unos cuatro días, pero bastante exigentes. Algún chaparrón agresivo solía interrumpir el ritmo laboral, pero en cuestion de minutos volvia el sol y continuabamos.

Fernando es un amigo que trabajó toda la temporada de verano en uno de los “chiringuitos”. Pegamos buena onda y siempre que salía de laburar me pasaba a tomar unas copitas y a escuchar música conocida. En una de nuestras charlas surgió la coincidencia de que ninguno de los dos conocíamos todavía el norte de España, así que empezamos a planear un viaje de algunos días para recorrer esos lugares increíbles de los que tanto habíamos escuchado hablar.

El domingo 27 de agosto, ni bien salí de trabajar, Fer me estaba esperando con la mochila colgada a los hombros. Salí del resto y nos fuimos rápidamente hacia la estación de autobús de Valencia. No teníamos billete y cuando nos acercamos al mostrador la cajera nos dio la mala noticia de que tendríamos que esperar cuatro horas para encontrar un autobús con asientos libres. Esto implicaba que llegaríamos a Barcelona a la medianoche y que tendríamos que esperar hasta las 6 de la mañana para poder tomar un Metro que nos lleve a nuestro primer destino, Blanes.

Así fue, tratamos de dormir algo en la sala de espera de la Terminal, pero creo que ninguno de los dos lo logró. A la madrugada nos tomamos el primer Metro y después de aproximadamente una hora de viaje, llegamos a una pequeña pero bonita ciudad a las afueras de Barcelona. La prima de Fer vive ahí hace algunos años y fue ella quien nos prestó su auto para la recorrida norteña.

Después de un breve paseo por la ciudad y de un suculento almuerzo, descansamos un rato en el sillón del living, cargamos el auto con las mochilas y arrancamos.

Cuando anocheció y las horas mal dormidas empezaron a pasar factura, paramos en una estación de servicio con decenas de camiones estacionados alrededor. En una parcelita de pasto, que seguramente no estaba pensada para que la gente acampe, montamos la carpita y nos tiramos a dormir (acostados) un rato. Antes de que nos durmiéramos profundamente, llegó la lluvia. Nos llamó la atención que los chaparrones sean tan cronométricos, cada dos minutos el techo de la carpa amplificaba el estruendo seco que hacen las gotas al estallar en la lona, y luego, de un momento a otro, silencio. Al cabo de unos instantes nos dimos cuenta que se trataba de una regadora de césped que estaba instalada justo a nuestro alrededor, pero ninguno tuvo la iniciativa de interrumpir el descanso para cambiar de lugar. A la mañana temprano juntamos la carpa empapada y continuamos camino. Viajamos por rutas rodeadas de montañas, disfrutando de un clima soleado que es inusual en la zona y llegamos por la tarde a San Sebastián, un pueblo muy paquete que se llena de surferos. Nos quedamos recorriendo las playas mas conocidas y nos sentamos a tomar algo en un bar cuando llegó el atardecer. Por dos cervezas y unas papas fritas de paquete nos cobraron casi 10 euros, así que enseguida entendimos que había que buscar un lugar que se adecue mejor a nuestro perfil.

Al pasar por una típica taberna de esas que tienen un barra larguisima y ni una sola mesa, nos sentimos mas correspondidos y tuvimos que acercarnos. Entre birra, vino, sidra y partidito del Barsa en la tele, nos sumamos al folklore pueblerino de muy buena gana. Fuimos los últimos en irse y cerca de la medianoche salimos con el coche a buscar algún camping para dormir.

En la primer salida nos encontramos con un control policial. El oficial nos frenó, preguntó hacia donde íbamos y el titubeo paranoico de nuestra respuesta imprecisa derivó en una invitación gentil para hacer una prueba de alcoholemia que iba a tener un resultado inevitable. Fer se comió una multa saladita, luego se procedió a inmovilizar el auto con un cepo y dormimos ahí adentro hasta que volvieron a destrabar la rueda. Tropezón no es caída, dijimos, y continuamos…

Ese día pasamos por Bilbao y seguimos en dirección hacia Santander por una ruta rodeada de enormes montañas repletas de arboles. Antes de meternos en una ciudad preferimos parar en uno de los pueblos costeros que estan ubicados a pocos kilómetros de distancia. Laredo y Somo fueron algunos de ellos. Esa noche nos metimos de queruza en una inmensa playa. Nos escondimos detrás de unos medanos y preparamos mejillones con una hornallita a gas. Para beber, un vinito. Pasamos la noche en la carpa y al día siguiente llegamos cerca del mediodía a Santander. Inmediatamente me acerqué a la Terminal de autobuses para comprar mi boleto y otra ingrata sorpresa me estaba esperando. No había mas…

Tenia que volver a trabajar al Resto porque sino se pudría todo, así que no me quedó otra que tomarme un bus a Madrid, hacer noche allí, tirado en la puerta de la Terminal (del lado de afuera) y tomar el primer bus a Valencia.

Llegué aquí a las once de la mañana y Fede me pasó a buscar. Pude estar a tiempo en el trabajo y no hubo mas inconvenientes. Fer siguió su recorrida por el norte, yo volví a mi rutina de findes laborales.

Vamos a ver si sale algún laburin en estos tiempos, que es lo que mas se esta haciendo desear. Mientras tanto, sigo sobreviviendo. Espero que ustedes tambien!

3 comentarios:

  1. Se te extraña! Que siga asì...por la carretera...

    Besotes!

    Coty y Lula

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  2. una masa papa!! que buena salida, esas no las tenes por sanmar. Toda una aventura.
    Y que bueno que te andes ganando el pan con el sudor de la frente! "Minero Soyyyyyyyy aaaa la miiiiinaa Voooooy" mandale saludos a tus patrones del resto!!!
    Jesus

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  3. che, esta bien que andas laburando y yugandola pero te olvidaste del blog viejita, aca tus seguidores de coronado esperan noticias, y calculo que las chicas de balles deben estar igual, abrazo latinlover

    yisus

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