martes, 8 de septiembre de 2009

Un verano de Julio y Agosto

Después de vivir cinco meses y medio en un lugar que era desconocido uno ya se empieza a familiarizar con los paisajes, la gente, los hábitos, y las palabras: “me mola” quiere decir “me gusta”, “me apaño” significa “me las arreglo”, “nano” es como decir “guacho” en un sentido coloquial, “vale” es “piola”, “coger” es “agarrar”, “flipar” es igual a “flashear”, etc. Estos pequeños detalles que diferencian a dos léxicos de un mismo idioma pueden ocasionar vergonzosos malentendidos, así que ténganlos muy en cuenta si piensan pisar este bonito país.
Durante los meses de Julio y Agosto Valencia se transforma en una sofocante ciudad tropical. La temperatura no baja de los 34 grados, las playas se superpoblan y los restaurantes costeros trabajan mucho mas que de costumbre. Esa fue la razón por la que me contrataron en el resto argentino para cubrir toda la temporada, sin ningún feriado, pero con jornadas de cuatro horas los días de semana y de ocho los sábados y domingos. Este cronograma laboral me permitió disfrutar de las tardes soleadas de verano, una excelente inversión de las horas libres. Conocí entonces las playas mas bonitas de la costa valenciana y me regalé inolvidables siestas haciendo la plancha en las aguas calmas, calidas y cristalinas del mediterráneo.
En el mail anterior les comentaba que debía solucionar el inconveniente de la vuelta del trabajo. Como siempre, cuando el dinero es poco, uno quiere ser el mejor comprador: me metí entonces a contactar gente que publicaba avisos de bicicletas usadas para vender y concreté dos reuniones. La primera me encontré con una bicicleta totalmente distinta a la de la foto publicada, y de un valor mucho mayor. Respiré hondo y volví a buscar. La segunda sí era la de la foto, pero estaba mas deteriorada de lo que me imaginé y ni siquiera le andaban los frenos. Esta situación me irritó lo suficiente como para decidir acercarme a un centro comercial deportivo y comprar una mountan bike que estaba en oferta. Moraleja: a veces, por querer hacer las cosas bien, lo hacemos todo mal.
La bicicleta me dio una independencia que hasta ahora no había tenido. La aventura de pedalear mas de 10km todas las noches de regreso a casa se transformo en un hábito saludable que me ayudó a recuperar un poco de piernas y a eliminar algo de toxinas. Casco, chaleco reflectante, luces delantera y trasera y mp3 fueron los accesorios incluidos de cada viaje.

Los sábados y domingos tenía horario cortado, así que a eso de las 4:30 de la tarde, cuando salía del turno “mediodía” me quedaba en la playa aledaña al resto, donde unos amigos argentinos tenían montado un “chiringuito” (el chiringuito es una especie de barcito de chapa ubicado sobre la playa, muy característico de la costa valenciana).
En este lugar pasé muy buenos momentos de charla, diversión, relajación, música, fútbol playero, sol y arena. Con Fede, participamos de un inmenso fogón, comimos algún que otro asado y tomamos varios fernets.

En El Puig, durante el mes de Agosto, se celebraron las fiestas religiosas del pueblo. Cada sábado una multitud de jóvenes mojados, disfrazados y enfiestados, se agrupaban en una especie de discoteca callejera improvisada con redes. El cachengue se prolongaba durante la tarde, así que como el calor y la borrachera no son buenos compañeros, desde el techo de la “disco” caía una llovizna finísima que empapaba sigilosamente a todos.
En otra parte del pueblo se festejaba de una manera muy distinta: vallaban con tablones una extensión de varias cuadras y los portones convencionales de las viviendas eran reemplazados por vallas de similares características. A las 18 hs soltaban al toro y todos a correr. Pocas veces en mi vida sentí tanta adrenalina. Yo, como buen foráneo, andaba de ojotas, y en un pique desesperado casi pierdo una en el camino. Gracias a dios llegué a una de las vallas que cerraba la calle y la subí con mas desesperación que velocidad. Ahí abajo se quedó el toro durante algunos minutos, medio enojado, medio desconcertado. Algún valiente vecino-torero lo desafiaba desde el otro extremo de la calle y después de un rato me pude bajar de las vallas, con las piernas medio trémulas y una adrenalina que me segregaba mas saliva de lo normal. Estuve unos minutos mas persiguiendo el rastro del toro y de pronto un simpático campesino apareció con seis vacas que casi me pasan por arriba. Ni bien el toro vio a sus hembras, otra vez a correr, otra vez a subir desesperadamente la primer valla que aparezca (siempre y cuando ya no esté repleta y te toque hacer un mano a mano con un torito enojado). Cuando volví a apoyar mis pies en el suelo sentí que había sido suficiente. Lo vi con mis propios ojos, experimenté la sensación que produce este singular ritual típico de las raras costumbres españolas, y se hizo la hora de volver al trabajo.
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La temporada de verano acaba de terminar y se nota mucho en las playas y bares. Desde ahora solo voy a trabajar los fines de semana, así que veremos que oportunidades nuevas aparecerán para seguir sobreviviendo.
Les dejo mis saludos!!

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